Pedro De Llano, 2008

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Maider López es una artista con una breve pero intensa carrera. Su trabajo ha estado marcado, desde el principio, por la exploración del campo de posibilidades que se abrió con la crítica acometida en las décadas de los sesenta y setenta sobre la pintura abstracta. Desde Dan Flavin hasta Blinky Palermo y de Daniel Buren a Helio Oiticica, fueron muchos los artistas que trataron de romper los límites del cuadro de caballete y, con ellos, las convenciones de toda una sociedad.

Casi cuarenta años después, algunos artistas de la generación a la que pertenece Maider López han retomado ese proyecto. Aunque bajo unas circunstancias muy diferentes. Ya que, después de 1989, la retórica que existía en 1968 sobre el cuestionamiento de los valores sociales que mantenían con vida a la pintura, se vació casi por completo de sentido.

Este cambio no significa, sin embargo, que sus obras sean más conformistas. Al contrario. Los herederos de los sesenta tratan de transformar los lugares en los que se emplazan sus piezas con una serie de herramientas derivadas, curiosamente, de la profundización elementos que, en las neo-vanguardias, permanecían latentes, pero no se llegaron a desarrollar por completo. En concreto, la fuse del arte con el diseño y la aparición de un cierto valor de uso. Dos características que, sin duda, definen el trabajo de Maider López.

De este modo, si prestamos atención a piezas e intervenciones como Campo de fútbol (2003), Toldos (2003), Ataskoa aerea (2005) o Playa Itzurun (2005), veremos que, los elementos formales que la artista usa para enfatizar determinados aspectos del espacio, como el color, la geometría o los volúmenes, suelen estar al servicio de una situación revestida de una cierta funcionalidad, que siempre es más simbólica que literal. En el campo de fútbol, por ejemplo, las líneas imitan la estructura de las que son convencionales en este tipo de recintos, pero tan solo para dar lugar a un dibujo completamente distinto del original. En consecuencia, los recursos plásticos se ponen al servicio de la diferencia. Al servicio de la creación de una realidad paralela a la real y de un valor de uso virtual que invita a cada espectador (¿o tendríamos que hablar en plural?) a imaginar una función alternativa para ese escenario.

En otras obras, la interconexión entre los elementos plásticos, la funcionalidad y el contexto se plantea de formas diferentes. En el caso de Playa Itzurun, por ejemplo, el color rojo de las toallas de las personas que tomaban el sol en la playa de Intza, el 18 de agosto de 2005, asume un significado sorprendente. Allí, la yuxtaposición de una multitud ociosa con el color que, tradicionalmente, se ha vinculado a la revolución, adquiría un aire que oscilaba entre lo subversivo y lo irónico. De este modo, Maider López parece sugerir que, en la actualidad, la posibilidad de un cambio radical se dará únicamente en el nivel de la micropolítica. A través de pequeños gestos inadvertidos que modifiquen, como sucede en sus obras, aspectos específicos y acotados de la realidad con medios tan humildes como efectivos e imaginativos.

 

Pedro de LLano.

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