Martí Manen
Un recorrido. Una línea. Un gesto. Un paseo. Un paisaje. Una arquitectura. Una imagen. Un tiempo. Una acción. Una rampa. Y, de nuevo, todo lo demás.
-Un recorrido. Maider López lee espacios para generar otros movimientos en estos mismos espacios, para propiciar miradas en las que aparece una carga poética y un enorme componente estético. La realidad se convierte en un entramado de posibilidades en las que navegar desde una posición artística. Un entramado de posibilidades latentes desde un primer momento, desde una primera mirada transparente. Maider López reconoce una situación para después interactuar con ella, buscando en la interactuación un elemento que convierta la mirada en un gesto de capacidad gramatical. Desde un punto de partida inicial se descubre un resultado, un deseo aplicado que permite realizar el recorrido sin necesidad de ello: con una única imagen podemos construir la situación, el contexto, el proceso y el componente narrativo si fuera necesario.
-Una línea. Una línea zigzagueante en una zona de montaña. Una línea entrando y saliendo entre casas. Una línea que aparece como una pared que escapa de un plano. Líneas que desdibujan una realidad para permitir muchas otras. Líneas que cambian situaciones, que convierten todo lo que hay en su alrededor en una nueva situación. La zona de montaña se convierte en un lugar para otros colores, para otros tiempos y movimientos: Lo estático pasa a ser movimiento, lo natural deja paso a lo humano y la distancia es proximidad. Maider López convierte la construcción del paisaje en un hervidero de situaciones en minúscula que componen algo así como un trazo en una pintura, un trazo que escapa de las normas y que necesita de la colaboración para su existencia: una línea que se construye mediante coches rompiendo el paisaje, cambiando su significado. Y en una ciudad, una línea entra y sale de espacios domésticos para definir otros recorridos más allá de lo habitual; una línea que supera las líneas habituales que gobiernan el día a día. Líneas que negocian con la realidad para permitir –precisamente- que esta realidad se descubra a si misma.
-Un gesto. Repartir toallas de un mismo color en una playa para que, de golpe, tengamos una comunidad y una distancia, una permanencia y una fragilidad. Todas las toallas de una playa son de color rojo y el orden y caos habitual pasa a ser una composición orquestada en la que la participación es algo así como un principio conceptual. Hacer lo mismo pero con otro color, seguir con lo previsto pero siendo consciente de que hay algo más. Todo sigue, pero el gesto lo convierte en algo especial, lo convierte en una situación imprevista en la que reconocerse como parte de un momento. Y el gesto desaparecerá y todo volverá a la normalidad, pero en la memoria y en el documento sigue presente, sigue mostrándose como esa posibilidad de redefinir mediante una participación estética.
-Un paseo. En In situ, Maider López marca nueve puntos en una geografía. Con baldosas de color amarillo en el suelo indica que ese lugar marcado es algo más que un lugar: es un tiempo, es una narración, es una serie de acciones. Es mirar de nuevo en un paseo para descubrir la importancia de lo que puede suceder, de lo que está sucediendo y lo que ha sucedido. Mirar el suelo para recuperar momentos perdidos, ser consciente de que hay cosas que es necesario indicar para que vuelvan a aparecer. Pausas en el paseo, recorridos entre historias, asumir que en los lugares siempre hay capas entre las que navegar lentamente.
-Un paisaje. Qué es un paisaje. Cómo reformular la idea de paisaje. Cómo entender la comunidad como una opción de paisaje. Cómo pensar en la participación como opción de paisaje. 366 sillas en un espacio público para que sean las personas las que decidan cómo entender el espacio mediante su uso. Las sillas cambiarán de lugar ya que distintos grupos de personas las utilizaran de formas también distintas. Círculos de sillas, parejas de sillas, distancias entre sillas. Como una pequeña ciudad que va definiéndose mediante su uso. Sillas que son proximidad y, también, paisaje que se construye para desaparecer. Y después 25 colinas y 25 personas, una colina por persona o todas las personas en la misma. Pensar en el paisaje como algo a ocupar, como algo privado, como algo para ti y específicamente para ti. El paisaje se forma mediante la mirada y la acción, mediante los gestos que permanecen, momentos que dejan rastros. El paisaje y los gestos, el paisaje antes y después de la mirada.
-Una arquitectura. Un edificio imponente como el Guggenheim de Bilbao y un juego con lo definitivo: En el gran edificio, construir con personas una nueva galería: las personas son la galería y se ofrecen desde la distancia mediante el material, cubriendo sus cabezas con planchas que se asemejan a la superficie metálica del museo. Y son los amigos de la institución, son las personas que –ahora- actúan directamente sobre el significado de un edificio y su función. El edificio crece precariamente y la arquitectura pasa a ser algo con lo que negociar sin miedo, algo que se ve, algo que afecta. Como con Displacement, donde los planos de un edificio ocupan un lugar “equivocado” y a escala 1:1 en el mismo edificio. Vemos las paredes donde no están, tenemos que movernos mediante la superposición de planos. Vemos el grosor del edificio, vemos lo que habitualmente se esconde, vemos las soluciones específicas frente a los problemas de cada lugar, vemos como el plano pasa a ser otro elemento a habitar, a ser, a vivir.
-Una imagen. Pensar a través de una imagen y cómo esta imagen puede reformular un lugar. Que el lugar sea unos campos en Holanda, con canales y agua por todos lados. Que este sea el espacio en el que organizar un campeonato de futbol obligando a modificar las reglas del juego y, también, la relación con el lugar. Cómo negociar con un lugar y cómo visualizarlo. Que Polder Cup, el campeonato, se convierta en un encuentro que va definiéndose mediante la acción de los participantes, mediante el hacer algo serio y bien organizado que incorpora también el humor. Pensar, también, en todas las imágenes que a través de la publicidad inundan nuestra percepción de los lugares; imágenes superpuestas en otras imágenes. Pensar en cómo –por un momento y desde un punto de vista- eliminar todas estas referencias comerciales para dejar el espacio desnudo y, ahora, con una capa de algo así como abstracción artística. Que la complejidad artística pueda ser un momento de reflexión sobre la ciudad y al mismo tiempo un deseo para la eliminación de la sobresaturación. Maider López en Shanghái con Line off Sight. Maider López en Nueva Zelanda con Off_sight.
-Un tiempo. Además de imágenes y lugares, pensar en el tiempo como un factor determinante para la creación artística. El tiempo cuando ocurre, el tiempo que se registra, el tiempo que se mantiene, el tiempo que permite un desplazamiento. Maider López paseando y recogiendo una piedra en un lugar para, tres kilómetros después y una longitud de tiempo indeterminada, dejarla en una nueva ubicación. El tiempo de este recorrido indeterminado, el gesto y la narración. Y Maider López recuperando fuentes que ya no están en el espacio público –y en el tiempo público- para que vuelvan a aparecer. Fuentes públicas, esos momentos en los que siendo una persona de a lo mejor 7 años bebiste agua de esa fuente en una pausa de tu juego. O esa fuente en la que bebiste otra vez agua esperando a alguien siendo adolescente en nervios primaverales. Juntar todas esas fuentes perdidas en la historia para que vuelvan al presente, para que sean presente, para que nos recuerden cómo nos relacionamos y nos hemos relacionado con el espacio público.
-Una acción. En una piscina en Rennes, cambiar el ritmo. Que todas las personas tengan que nadar a la velocidad del más lento y que, mediante la lentitud y los colores de los gorros, se generen líneas en el agua que se van construyendo y rompiendo. De la superficie rectangular de una piscina pasar a círculos, momentos, encuentros y negociaciones. De lo esperado pasar a una coreografía en la que los participantes construyen el lugar fuera de las normas habituales. Nadar para construir conjuntamente, nadar como una acción a la que cambiarle el sentido.
-Una rampa. Un proyecto no realizado. Una propuesta en la que acción, tiempo, imagen, arquitectura, paisaje, paseo y gesto se entrelazan. Plantear el espacio, su uso y significado, pensar en la sala de exposiciones como algo así como una antesala. Pensar en el andar, en el deseo de llegar, pensar en que ese momento previo sea el momento importante. Descubrirse en el recorrido, que la acción sirva también para ver el espacio, para generar esos otros puntos de vista, para mirar con otros ojos y para ser parte de algo.
Un proyecto pensado en dos niveles: en la sala principal tenemos una rampa. El espacio se ha modificado y pasa a ser un camino hacia la segunda planta. Y ya en la segunda planta encontramos referencias a obras de Maider López que se relacionan con lo que acaba de pasar: líneas que se trazan, movimiento, generación de situaciones y modificación de espacios. En la segunda planta se entiende todo como documentación, mientras que en la primera parte la acción es un ahora, es un aquí. Sin necesidad de anunciarlo.
Pensar en una rampa como una situación de impasse que se descubre como importante. Pensar en esos momentos sin supuesta importancia, en esos transcursos entre objetivos, pensar en cómo volver a mirar, en cómo volver a aprender a mirar. Una rampa que no sigue la lógica de velocidad habitual, una rampa que invita a perder el tiempo y a perderse en giros. Una rampa que va subiendo un nivel y una rampa que sigue siendo algo funcional aunque con cierta disfuncionalidad. En la subida, serán las personas que visitan la exposición aquellas que descubran cómo nos relacionamos con el espacio a partir de, precisamente, un modo de relación distinto. Subir por donde no toca, subir y que el gesto sea lo importante. Lo que es un objeto secundario –la rampa- pasa a ocupar el centro, el núcleo, el foco de atención.
Las rampas acostumbran a ser un problema arquitectónico, acostumbran a ser algo que desmonta escaleras para seguir normativas. Pero las rampas también tienen una historia importante en el arte contemporáneo y su institucionalidad. La rampa en el Guggenheim de Nueva York, la subida de las escaleras mecánicas en el Pompidou en Paris. La rampa en el Macba de Barcelona. Sistemas pensados para un andar distinto, sistemas que son preparación y también acción. Una rampa separa y acerca dos lugares. Una rampa necesita de cierta funcionalidad para que tenga sentido.
Pensar que una rampa, con su carga de funcionalidad, nos libera también del espacio expositivo. La sala de exposiciones pasa a ser algo así como un preámbulo, un momento casi de tranquilidad en el que, de golpe, algo está pasando sin que lo esperemos. La rampa y el tiempo, la rampa y las personas, la rampa y llegar arriba. Una vez arriba, podremos volver la mirada atrás para descubrir –una vez más- el espacio pero ahora desde lo ya recorrido, desde la experiencia vital, desde el volver a empezar de nuevo. Con todo lo demás. Con todo lo que nos espera.
¿Por qué no nos reímos a carcajadas con los proyectos de Maider López, si la mayoría de ellos son intensamente humorísticos, rozando, a veces, lo absurdo?: gente de diversos ámbitos creando un atasco en el monte Aralar, o jugando partidos imposibles en campos de fútbol atravesados por canales de agua en los polders de Ottoland, u 86 nadadores tratando de nadar en línea recta en una piscina de Rennes.
En lugar de con sonoras carcajadas, nos gusta participar en los proyectos de Maider López con una sonrisa leve y discreta de gozo —como en las películas del cineasta francés Jacques Tati—, más acorde con el estilo de humor de la artista. López nos hace experimentar con el estado de las cosas realizando pequeños cambios, pequeñas alteraciones y movimientos en su orden. A través de detalles de la vida cotidiana, de los espacios que nos rodean o las relaciones triviales y ordinarias entre las personas, en sus proyectos vamos entendiendo la estructura y el orden de las cosas y nos hacemos conscientes de su fragilidad, comprendiendo que fácilmente podrían ser de otra manera.
La autoorganización crea caminos colectivos
Modelos de sociabilidad
El trabajo de López implica a menudo la participación activa de los espectadores; podríamos decir que incluso se estructura alrededor de dicha participación, involucrando a personas de diversos ámbitos sociales para crear situaciones inusuales, encontradas y casi siempre imposibles. Mediante propuestas de modelos específicos de sociabilidad, López tiene la capacidad de activar a la gente para hacer cosas: utilizar toallas rojas en una playa de Zumaia, unirse para ampliar (simular) de forma temporal el edificio del Museo Guggenheim Bilbao o hacer que desaparezca el Puente de las Cadenas de Budapest bajo centenares de paraguas del mismo color que el Danubio, por ejemplo.
«Así, cada persona que acudió al atasco lo hizo por razones diferentes, y eso es lo que me interesa. Normalmente vamos a una manifestación porque estamos de acuerdo con una idea o ideología», decía López en una conferencia respondiendo a una pregunta sobre el proyecto Ataskoa que llevó a cabo en 2005 en las montañas de Aralar, en el País Vasco. El proyecto reunió a numerosas personas, grupos, comunidades de diferentes clases, edades y géneros de la región, incluyendo a los propios habitantes de Intza, el pequeño municipio donde se desarrolló. Es más, había personas que vinieron por razones totalmente opuestas: por un lado, amantes y coleccionistas de coches, que acudieron para exhibir sus automóviles antiguos, y por otro, ecologistas que entendieron el evento como una oportunidad para reaccionar contra la cultura del automóvil y la contaminación que provoca. Aunque aparentemente hay una causa política evidente en la participación de los ecologistas, a López no le atrae especialmente la idea de crear proyectos que se mueven entre el arte y el activismo. Su interés se centra más en los modelos microsociales en los que prevé y crea posibilidades de encuentros inesperados, íntimos y únicos entre las personas.
«Toda obra de arte produce un modelo de sociedad, que transpone el ámbito de lo real o podría traducirse en él. Entonces, frente a una producción estética, podemos preguntarnos: ¿esta obra me autoriza al dialogo? ¿podría yo existir, y cómo, en el espacio que esta obra define?». Nicolas Bourriaud propuso el criterio de coexistencia cuando definió el arte de los años noventa como «arte relacional», que describe como «una serie de prácticas artísticas que toman como horizonte teórico la esfera de las interacciones humanas y su contexto social, más que la afirmación de un espacio simbólico autónomo y privado».
La «relacionalidad» de la obra de arte con su entorno físico, urbano, social, político y económico y su contexto histórico, además de su interacción con los públicos, es también crucial en la práctica de López. Desde esa perspectiva, su trabajo puede enmarcarse dentro de la estética relacional. Sin embargo, aunque sus proyectos se basan principalmente en las relaciones humanas, también lo visual y lo formal son aspectos significativos de su trabajo, uniendo estética relacional con forma. Realiza convocatorias festivas o proyectos basados en acciones que promueven micro-socializaciones en las que siempre hay un componente visual y una organización espacial formal muy fuerte, haciendo de cada uno de los proyectos una obra de arte singular y única.
La artista diseña estrategias y planes específicos para cada contexto, articulando las relaciones de la vida cotidiana con el fin de investigar y probar cómo y en qué condiciones pueden reunirse individuos de diferentes ámbitos de la sociedad para actuar juntos, especialmente en estos tiempos de relaciones tan precarias. Sin embargo, la práctica de López va más allá de cultivar las relaciones humanas o fortalecer al público para desarrollar su capacidad de cambio. López crea situaciones temporales para reflejar las singularidades y subjetividades, al tiempo que construye una plataforma común que las acoge para actuar de forma colectiva.
La coexistencia y lo híbrido subyacen en su obra, como vemos en Football Field, proyecto que desarrolló en el contexto de la 9ª Bienal de Sharjah, en 2009. López convirtió una plaza tradicional de la ciudad en un campo de fútbol en el que coexistían el resto de funciones comunes del lugar y en el que el mobiliario urbano como bancos y farolas interfería con el juego, creando una situación a la que tanto los jugadores como los usuarios habituales de la plaza tuvieron que adaptarse, viviendo una experiencia poco común en el espacio público urbano y dando pie a interacciones y comunicaciones únicas. Desafiando el diseño vertical y las funciones establecidas de la arquitectura y el espacio público urbano a través de leves alteraciones e intervenciones, la artista trata de reinventar el espacio público con las acciones, usos y hábitos cotidianos de un público muy diverso.
En ocasiones, Maider López toma como punto de partida de sus proyectos el contexto espacial y contenido específico de un lugar/geografía (como las montañas de Aralar, los pólderes de los Países Bajos o el puente sobre el Danubio) y genera eventos en dichos emplazamientos; otras veces, en cambio, localiza y pone de relieve espacios públicos ya existentes que tienen esa capacidad para crear confrontaciones microsociales e interacciones híbridas. En In Situ (2012), por ejemplo, seleccionó 9 espacios públicos en Urdaibai en los que es posible que se produzcan breves momentos de encuentro: una fuente donde la gente acude para llenar sus botellas, un paso a nivel o los dos bancos a la entrada del ayuntamiento de Bermeo que propician encuentros encuentros inusuales.
Por otro lado, en el trabajo Making Ways (2013) realizado con ocasión de la 13ª edición de la Bienal de Estambul, López analizaba los movimientos colectivos espontáneos de los habitantes de la ciudad en el cruce de peatones de Karaköy: centro neurálgico de la ciudad donde confluyen numerosos medios de transporte y donde automóviles y peatones comparten espacio. Filmó el cruce desde el aire para realizar un vídeo, del que extrajo y resaltó las rutas colectivas que los peatones tomaron aleatoriamente durante 2 minutos y 15 segundos, desde las 18:03 hasta las 18:05 del 2 de agosto de 2013. Tras descubrir el potencial latente en las prácticas diarias de los habitantes de la ciudad, la autoorganización a través de pequeñas acciones diarias, López creó un «manual» de instrucciones sobre posibles modos de cruzar las calles, y quizá algo más: «Es más fácil actuar en grupo» o «La autoorganización crea caminos colectivos».
La pared es nuestros supuestos
Regímenes de representación
La mayoría de nosotros estamos convencidos de la necesidad de que existan contratos sociales, espaciales y constitucionales que regulen las prácticas comunes. Más aún, creemos en su racionalidad y en las estrictas normas que hay detrás: la arquitectura, las ciudades (entornos construidos) y las sociedades en las que vivimos. Ya sean detalles mínimos o configuraciones más grandes, no tendemos a cuestionarlos sino que hacemos lo posible por apropiarnos de todo ello. Con dichas convicciones como punto de partida, los proyectos de López no solo crean lugares y situaciones diversas que dan pie a una experiencia genuina del espacio, también «nos hacen ser conscientes de aquello que aceptamos no ver, es decir, lo que damos por hecho».
Independientemente de su contenido y su contexto, los proyectos de López se centran exclusivamente en las personas y los espacios, y en cómo se relacionan unos con otros. Su práctica está marcada por intervenciones espaciales que revelan de forma sutil esas relaciones que determinan nuestra percepción, articulando sistemas de representación con la experiencia del público. Cuando visitamos una galería o un museo, nuestras apreciaciones y comentarios sobre la exposición suelen centrarse en los trabajos expuestos, y no tanto en la manera en la que los percibimos: obras de arte y arquitectura. Normalmente nos fijamos solo en las obras expuestas en las paredes del «cubo blanco» que están físicamente abstraídas y aisladas de toda posible connotación que pudiera interponerse en la forma y contenido de los mismos, y tendemos a ignorar la arquitectura y la organización espacial del lugar, dando por hecho que es algo que facilita la percepción «pura» de las obras. Es más, tendemos a pensar que la percepción carece de intermediarios y es también pura. En su emblemático libro sobre la ideología de los espacios expositivos, Brian O’Doherty afirma que: «La pared inmaculada de la galería, aunque sea un producto frágil y sumamente especializado de la evolución, es impura. Subsume el comercio y la estética, la ética y la conveniencia, al artista y al público […] La pared es nuestros supuestos».
A través de intervenciones espaciales, Maider López busca interrumpir aquello que damos por hecho y lo que esperamos, interfiriendo en la relación entre público, obra de arte y espacio. Por ejemplo, creó suelos móviles inestables para influir en la experiencia inicial del público que entraba en el Pabellón Central de la 51 edición de la Bienal de Venecia (2005), añadió paredes a la sala de proyectos de ARCO 2007, ocupando la práctica totalidad de la misma y dejando al público sin apenas espacio como alegoría de las ferias de arte, y obstaculizó el espacio expositivo en Caixa Forum colocando 110 columnas en 2006. Asimismo, en su último proyecto Desplazamiento (2015), expuesto en la sala de exposiciones de Koldo Mitxelena Kulturunea de San Sebastián, las paredes inusualmente gruesas del espacio expositivo han sido duplicadas con un movimiento frontal de 140 cm y un desplazamiento lateral de 190 cm. De este modo, la artista interfiere con la percepción del público y altera la relación entre el espacio (como contenedor) y la obra de arte (como contenido): la arquitectura se convierte en la propia obra de arte. Estas nuevas paredes, al tener 50 cm de altura, se convierten en objetos esculturales abstractos que pueden observarse desde arriba, dejando ver el tamaño real y la escala de las paredes con respecto al plano de la sala de exposiciones.
Sus indagaciones sobre la semiótica del espacio han sido un tema que se repite en varios de los proyectos que ha creado para museos. Entendiendo todo el espacio de una galería como nuestro campo visual, por ejemplo, López señaló la existencia misma de dispositivos técnicos tales como el aire acondicionado o los equipos de vigilancia, y las señales que damos por supuestas. En 2008, en el Museo MARCO de Vigo, multiplicó las cámaras de seguridad ya existentes y creó una instalación en la que la ubicación de los dispositivos imitaba la expansión por contagio de organismos de tipo fúngico por todo el museo. En el marco de la 5ª edición de la Bienal de Espacio Público (SCAPE), en 2008, añadió más señales a las ya existentes en la galería de arte Christchurch, remarcando que las políticas de «uso fácil» de los museos en ocasiones van más allá de sus objetivos.
López no solo interviene en la fisicidad de los espacios para alterar la percepción que tenemos de ellos, también interfiere directamente en nuestra percepción con sutiles cambios de perspectiva. En el proyecto Off_Sight (2008), a través de una convocatoria abierta, citó a los habitantes de Christchurch (Nueva Zelanda) en el principal centro comercial al aire libre de la ciudad, el 4 de septiembre de 2008, con el fin de ocultar entre todos los anuncios y rótulos de tiendas y empresas. Coreografió las posiciones y posturas de la gente, que portaba objetos cotidianos tales como un paraguas, una maceta, una tarta de cumpleaños, una guitarra, una maleta o globos, de forma que desde cierta perspectiva todos los carteles publicitarios quedasen invisibles. El proyecto no solo buscaba reunir a un número de personas a través de un acto social para cubrir las señales de la vía pública; según la propia artista, pretendía «que la gente sea consciente de su capacidad para transformar los entornos urbanos y construir la ciudad».
Aunque la escena resultante sea una situación altamente improbable e incluso absurda –con personas en posturas extrañas con diversos objetos en sus manos, estirando los brazos, sentadas, leyendo, caminando o subidas a un pivote para tapar los carteles publicitarios–, no deja de representar la posibilidad de transformar nuestro entorno a través de acciones, aunque éstas parezcan no tener sentido a primera vista.
Sigue a alguien que lleve gafas hasta que llegue a algún lugar
Creando mapas
La compleja relación entre estructura y caos, lo racional y lo irracional, la causalidad y la coincidencia, marca el trabajo de López y pone de relieve la sorprendente necesidad de la coincidencia y la influencia de los sucesos fortuitos en la vida. Lo que parece más improbable puede ser lo que ocurra con mayor probabilidad, pero para ahondar en este tema necesitamos grandes dosis de paciencia y esfuerzo, tal y como demostró la artista en Crossing, el proyecto que realizó en Rotterdam (2006) durante un programa de residencia.
La coincidencia de los colores de ciertos elementos arquitectónicos con el color de la ropa de las personas que pasaban por delante de un edificio llamó su atención, y así comenzó a pensar sobre esta relación que hace que el peatón quede camuflado. Para hacer que las probabilidades de hallar esas yuxtaposiciones fueran mayores, se dedicaba a buscar personas que vistiesen ropas de un color peculiar y las seguía hasta que dicha coincidencia se daba. Otras veces escogía edificios con una fachada de un color prometedor y esperaba a que pasase alguien que llevase ropa del mismo color (o combinación de colores) que el edificio. Aunque no seamos capaces de entender si hay alguna ley detrás de esas casualidades, o de averiguar si hay alguna razón cultural para que esas personas elijan ciertos colores, sí podemos hacernos una idea de lo que conlleva crear un proyecto de estas características y de cómo se ha relacionado la artista con la ciudad, yendo de un lado para otro sin rumbo, siguiendo o buscando un color tras otro. La artista crea su propio juego de deambular por la ciudad siguiendo el concepto situacionista de «deriva», es decir, recorriendo la ciudad de forma no planificada, siguiendo tan solo los sentimientos que le despiertan una característica arquitectónica particular, la textura urbana de un lugar en concreto o la organización espacial de una calle, en vez de seguir los mapas urbanos oficiales que no solo categorizan a las ciudades según el comercio, el turismo y los intereses ideológicos, sino que limitan nuestra experiencia al respecto.
«Sigue a alguien que lleve gafas hasta que llegue a algún lugar» es una de las indicaciones de las postales que creó Maider López para el proyecto Another Via llevado a cabo en Jerusalén en 2009. A través de esas instrucciones tan específicas, relacionadas con elementos muy comunes que podemos encontrarnos en cualquier momento y en cualquier ciudad, la artista trata de liberarnos de los límites establecidos por una estructura concreta para que seamos libres de perdernos por la ciudad y disfrutar de este tour planificado y no planificado al mismo tiempo. López prolonga su tributo a la Internacional Situacionista en How Do You Live This Place? (2010), creando un mapa «psicogeográfico» de la localidad de Huntly, en Escocia, con la ayuda de sus vecinos. Allí pidió a los habitantes del pueblo que colocasen piedras de colores en varias partes de la municipio, conforme a los sentimientos y recuerdos que dichos lugares les evocaban. Los colores de las piedras seguían ciertos códigos: por ejemplo, el rojo quería decir «me gustaría cambiar o mejorar este lugar» y el azul «aquí tuvo lugar un acontecimiento importante en mi vida». A través de esta acción, López buscaba generar un mapa colectivo de la ciudad, haciendo que las percepciones invisibles y subjetivas de sus habitantes se tornasen visibles.
En el proyecto Moving Stones (2015), hace alusión a la transformación invisible del paisaje de Uçhisar, en Capadocia; una geografía muy característica con formaciones geológicas poco comunes y rocas de estructura blanda, resultado de grandes explosiones volcánicas y otros fenómenos naturales. Se dice que la capa de las rocas pierde entre 2 y 3 centímetros cada año debido a la lluvia, la nieve y el viento. Teniendo en cuenta este cambio invisible pero considerable del paisaje, Maider López se dedicó a hacer caminatas diarias en las que movía piedras de un lugar a otro. Sus itinerarios espontáneos y no planificados se documentaban a través de coordenadas de GPS y pares de fotografías que mostraban el emplazamiento original de la piedra y el lugar al que había sido movida. «No se trata de ninguna piedra especial —dice la artista—, es solo una piedra que se convierte en especial al cogerla y transportarla». Las piedras no tienen ningún valor especial, ni el movimiento de estos pequeños elementos crea cambios visibles ni sustanciales en el paisaje. Al igual que el traslado de mármol desde Italia a otras partes del mundo para su empleo en el arte o la arquitectura, o la obsidiana de Anatolia para la especulación y creación de objetos preciosos que también quedan fuera del alcance de nuestra vista (y por tanto nos son invisibles), López mueve piedras que de no ser así permanecerían en ese lugar durante cientos o miles de años, hasta la llegada de un fenómeno natural de grandes proporciones. Desde esta perspectiva, cambia la naturaleza de forma física y «medible», y también permanente, aunque a una escala muy pequeña, para recordarnos que nuestras acciones, por pequeñas que sean, siempre tienen un impacto.
A través de detalles ínfimos, López nos inspira para rastrear y desenredar la compleja red de relaciones que estructuran el modo en que vivimos. Entre lo inútil y lo imposible (pero siempre serios y precisos), entre lo irracional y lo casual (pero nunca absurdos o poco razonables), y entre la trivialidad de la vida cotidiana y las cuestiones existenciales y metafísicas (pero siempre con un toque de ingenio), sus proyectos desvelan las conexiones de lo real para exponer las posibilidades de lo imaginario; unas posibilidades que realmente tienen la capacidad de transformar la realidad.