Maider López

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Maider López. Varias unidades al mismo tiempo.

Martí Manen

Un recorrido. Una línea. Un gesto. Un paseo. Un paisaje. Una arquitectura. Una imagen. Un tiempo. Una acción. Una rampa. Y, de nuevo, todo lo demás.

-Un recorrido. Maider López lee espacios para generar otros movimientos en estos mismos espacios, para propiciar miradas en las que aparece una carga poética y un enorme componente estético. La realidad se convierte en un entramado de posibilidades en las que navegar desde una posición artística. Un entramado de posibilidades latentes desde un primer momento, desde una primera mirada transparente. Maider López reconoce una situación para después interactuar con ella, buscando en la interactuación un elemento que convierta la mirada en un gesto de capacidad gramatical. Desde un punto de partida inicial se descubre un resultado, un deseo aplicado que permite realizar el recorrido sin necesidad de ello: con una única imagen podemos construir la situación, el contexto, el proceso y el componente narrativo si fuera necesario.

-Una línea. Una línea zigzagueante en una zona de montaña. Una línea entrando y saliendo entre casas. Una línea que aparece como una pared que escapa de un plano. Líneas que desdibujan una realidad para permitir muchas otras. Líneas que cambian situaciones, que convierten todo lo que hay en su alrededor en una nueva situación. La zona de montaña se convierte en un lugar para otros colores, para otros tiempos y movimientos: Lo estático pasa a ser movimiento, lo natural deja paso a lo humano y la distancia es proximidad. Maider López convierte la construcción del paisaje en un hervidero de situaciones en minúscula que componen algo así como un trazo en una pintura, un trazo que escapa de las normas y que necesita de la colaboración para su existencia: una línea que se construye mediante coches rompiendo el paisaje, cambiando su significado. Y en una ciudad, una línea entra y sale de espacios domésticos para definir otros recorridos más allá de lo habitual; una línea que supera las líneas habituales que gobiernan el día a día. Líneas que negocian con la realidad para permitir –precisamente- que esta realidad se descubra a si misma.

-Un gesto. Repartir toallas de un mismo color en una playa para que, de golpe, tengamos una comunidad y una distancia, una permanencia y una fragilidad. Todas las toallas de una playa son de color rojo y el orden y caos habitual pasa a ser una composición orquestada en la que la participación es algo así como un principio conceptual. Hacer lo mismo pero con otro color, seguir con lo previsto pero siendo consciente de que hay algo más. Todo sigue, pero el gesto lo convierte en algo especial, lo convierte en una situación imprevista en la que reconocerse como parte de un momento. Y el gesto desaparecerá y todo volverá a la normalidad, pero en la memoria y en el documento sigue presente, sigue mostrándose como esa posibilidad de redefinir mediante una participación estética.

-Un paseo. En In situ, Maider López marca nueve puntos en una geografía. Con baldosas de color amarillo en el suelo indica que ese lugar marcado es algo más que un lugar: es un tiempo, es una narración, es una serie de acciones. Es mirar de nuevo en un paseo para descubrir la importancia de lo que puede suceder, de lo que está sucediendo y lo que ha sucedido. Mirar el suelo para recuperar momentos perdidos, ser consciente de que hay cosas que es necesario indicar para que vuelvan a aparecer. Pausas en el paseo, recorridos entre historias, asumir que en los lugares siempre hay capas entre las que navegar lentamente.

-Un paisaje. Qué es un paisaje. Cómo reformular la idea de paisaje. Cómo entender la comunidad como una opción de paisaje. Cómo pensar en la participación como opción de paisaje. 366 sillas en un espacio público para que sean las personas las que decidan cómo entender el espacio mediante su uso. Las sillas cambiarán de lugar ya que distintos grupos de personas las utilizaran de formas también distintas. Círculos de sillas, parejas de sillas, distancias entre sillas. Como una pequeña ciudad que va definiéndose mediante su uso. Sillas que son proximidad y, también, paisaje que se construye para desaparecer. Y después 25 colinas y 25 personas, una colina por persona o todas las personas en la misma. Pensar en el paisaje como algo a ocupar, como algo privado, como algo para ti y específicamente para ti. El paisaje se forma mediante la mirada y la acción, mediante los gestos que permanecen, momentos que dejan rastros. El paisaje y los gestos, el paisaje antes y después de la mirada.

-Una arquitectura. Un edificio imponente como el Guggenheim de Bilbao y un juego con lo definitivo: En el gran edificio, construir con personas una nueva galería: las personas son la galería y se ofrecen desde la distancia mediante el material, cubriendo sus cabezas con planchas que se asemejan a la superficie metálica del museo. Y son los amigos de la institución, son las personas que –ahora- actúan directamente sobre el significado de un edificio y su función. El edificio crece precariamente y la arquitectura pasa a ser algo con lo que negociar sin miedo, algo que se ve, algo que afecta. Como con Displacement, donde los planos de un edificio ocupan un lugar “equivocado” y a escala 1:1 en el mismo edificio. Vemos las paredes donde no están, tenemos que movernos mediante la superposición de planos. Vemos el grosor del edificio, vemos lo que habitualmente se esconde, vemos las soluciones específicas frente a los problemas de cada lugar, vemos como el plano pasa a ser otro elemento a habitar, a ser, a vivir.

-Una imagen. Pensar a través de una imagen y cómo esta imagen puede reformular un lugar. Que el lugar sea unos campos en Holanda, con canales y agua por todos lados. Que este sea el espacio en el que organizar un campeonato de futbol obligando a modificar las reglas del juego y, también, la relación con el lugar. Cómo negociar con un lugar y cómo visualizarlo. Que Polder Cup, el campeonato, se convierta en un encuentro que va definiéndose mediante la acción de los participantes, mediante el hacer algo serio y bien organizado que incorpora también el humor. Pensar, también, en todas las imágenes que a través de la publicidad inundan nuestra percepción de los lugares; imágenes superpuestas en otras imágenes. Pensar en cómo –por un momento y desde un punto de vista- eliminar todas estas referencias comerciales para dejar el espacio desnudo y, ahora, con una capa de algo así como abstracción artística. Que la complejidad artística pueda ser un momento de reflexión sobre la ciudad y al mismo tiempo un deseo para la eliminación de la sobresaturación. Maider López en Shanghái con Line off Sight. Maider López en Nueva Zelanda con Off_sight.

-Un tiempo. Además de imágenes y lugares, pensar en el tiempo como un factor determinante para la creación artística. El tiempo cuando ocurre, el tiempo que se registra, el tiempo que se mantiene, el tiempo que permite un desplazamiento. Maider López paseando y recogiendo una piedra en un lugar para, tres kilómetros después y una longitud de tiempo indeterminada, dejarla en una nueva ubicación. El tiempo de este recorrido indeterminado, el gesto y la narración. Y Maider López recuperando fuentes que ya no están en el espacio público –y en el tiempo público- para que vuelvan a aparecer. Fuentes públicas, esos momentos en los que siendo una persona de a lo mejor 7 años bebiste agua de esa fuente en una pausa de tu juego. O esa fuente en la que bebiste otra vez agua esperando a alguien siendo adolescente en nervios primaverales. Juntar todas esas fuentes perdidas en la historia para que vuelvan al presente, para que sean presente, para que nos recuerden cómo nos relacionamos y nos hemos relacionado con el espacio público.

-Una acción. En una piscina en Rennes, cambiar el ritmo. Que todas las personas tengan que nadar a la velocidad del más lento y que, mediante la lentitud y los colores de los gorros, se generen líneas en el agua que se van construyendo y rompiendo. De la superficie rectangular de una piscina pasar a círculos, momentos, encuentros y negociaciones. De lo esperado pasar a una coreografía en la que los participantes construyen el lugar fuera de las normas habituales. Nadar para construir conjuntamente, nadar como una acción a la que cambiarle el sentido.

-Una rampa. Un proyecto no realizado. Una propuesta en la que acción, tiempo, imagen, arquitectura, paisaje, paseo y gesto se entrelazan. Plantear el espacio, su uso y significado, pensar en la sala de exposiciones como algo así como una antesala. Pensar en el andar, en el deseo de llegar, pensar en que ese momento previo sea el momento importante. Descubrirse en el recorrido, que la acción sirva también para ver el espacio, para generar esos otros puntos de vista, para mirar con otros ojos y para ser parte de algo.

Un proyecto pensado en dos niveles: en la sala principal tenemos una rampa. El espacio se ha modificado y pasa a ser un camino hacia la segunda planta. Y ya en la segunda planta encontramos referencias a obras de Maider López que se relacionan con lo que acaba de pasar: líneas que se trazan, movimiento, generación de situaciones y modificación de espacios. En la segunda planta se entiende todo como documentación, mientras que en la primera parte la acción es un ahora, es un aquí. Sin necesidad de anunciarlo.

Pensar en una rampa como una situación de impasse que se descubre como importante. Pensar en esos momentos sin supuesta importancia, en esos transcursos entre objetivos, pensar en cómo volver a mirar, en cómo volver a aprender a mirar. Una rampa que no sigue la lógica de velocidad habitual, una rampa que invita a perder el tiempo y a perderse en giros. Una rampa que va subiendo un nivel y una rampa que sigue siendo algo funcional aunque con cierta disfuncionalidad. En la subida, serán las personas que visitan la exposición aquellas que descubran cómo nos relacionamos con el espacio a partir de, precisamente, un modo de relación distinto. Subir por donde no toca, subir y que el gesto sea lo importante. Lo que es un objeto secundario –la rampa- pasa a ocupar el centro, el núcleo, el foco de atención.

Las rampas acostumbran a ser un problema arquitectónico, acostumbran a ser algo que desmonta escaleras para seguir normativas. Pero las rampas también tienen una historia importante en el arte contemporáneo y su institucionalidad. La rampa en el Guggenheim de Nueva York, la subida de las escaleras mecánicas en el Pompidou en Paris. La rampa en el Macba de Barcelona. Sistemas pensados para un andar distinto, sistemas que son preparación y también acción. Una rampa separa y acerca dos lugares. Una rampa necesita de cierta funcionalidad para que tenga sentido.

Pensar que una rampa, con su carga de funcionalidad, nos libera también del espacio expositivo. La sala de exposiciones pasa a ser algo así como un preámbulo, un momento casi de tranquilidad en el que, de golpe, algo está pasando sin que lo esperemos. La rampa y el tiempo, la rampa y las personas, la rampa y llegar arriba. Una vez arriba, podremos volver la mirada atrás para descubrir –una vez más- el espacio pero ahora desde lo ya recorrido, desde la experiencia vital, desde el volver a empezar de nuevo. Con todo lo demás. Con todo lo que nos espera.

Miren Eraso, 2003

15-1-2002

Querida Maider:

Han pasado unos años desde que nos conocimos y ya no recuerdo cómo fue. Es curioso, algunos encuentros los asociamos a lugares o a acontecimientos, y otros, en cambio, a una sucesión de espacios, tiempos, sentimientos y conversaciones. Estos últimos son los verdaderamente interesantes.  Supongo que nos conoceríamos en Arteleku. Sí, ahora lo recuerdo, tú participabas en el taller de pintura que coordinaba Darío Urzay. Era el verano de 1998. Yo llegué de vacaciones a primeros de septiembre, y fui conociendo poco a poco a los participantes del taller, pero en realidad me relacioné con ellos, de una manera más estrecha, a finales de mes. Te marchaste a Londres antes de que acabara el curso.

Lo que sí recuerdo es tu espacio, que estaba conformado como una exposición. Unas grandes masas de colores sólidos y complementarios, verde, rojo, azul y amarillo, invadían tu estudio. En una conversación que mantuve aquel verano con Darío, le comenté la inquietud que me produjo la cámara fotográfica montada sobre un trípode, con el objetivo dirigido hacia el espectador de uno de sus primeros cuadros. Ahora, con una mirada más retrospectiva, reconozco en éste los temas sobre los que ha venido trabajando: la luz, la mirada del espectador, el “medio artístico”. De repente, esta cadena de recuerdos me lleva hasta la Tate Gallery de Londres, donde hace ya 12 años, me sumergí, solitaria, en la sala-capilla dedicada a Rothko, en la que pasé mucho tiempo… Es curioso cómo vamos conformando las relaciones con las  personas y las cosas, y cómo la vida se va trazando gracias a estas casualidades y elecciones.

Pero volvamos a la superficie. Tus cuadros inspiraban vitalidad y, ahora veo, que pedían desbordarse. Años más tarde, después de que hubieses asistido al Chelsea School of Art and Design, volvimos a coincidir, pero esta vez fue en el comedor. Tus amigos ingleses y tu vida en Londres empezaron a aparecer en las comidas y en tus obras. Los cuadros desaparecieron de tu estudio. El color se desmaterializó, perdió superficie, se volatilizó. James Turrel se colocó en forma de póster en tu estudio. Y empezaste a exponer.

 

30-3-2002

Acabas de presentar en Arco, en la Galería DV, una mesa con cuatro sillas. Has diseñado esta obra para que sea utilizada como mesa de trabajo y recepción durante la feria. Cada vez sois más los artistas que trabajáis entre el arte, el diseño y la arquitectura; entre lo funcional y lo estético; en ese espacio intermedio entre lo útil y lo inútil. Ese espacio-frontera en el que se sitúa nuestro presente. Tus taburetes son placas de plexiglás superpuestas, pero bien podrían ser tablas coloreadas, apiladas unas encima de otras. El reciclaje, signo de una sociedad consumista equilibrada, también es parte de tu manera de trabajar, pero tu trabajo no consiste en reciclar objetos o materiales —aunque a veces también lo hagas—, sino en reutilizar ideas para darles otro significado. Se parecería, de alguna manera, a la propuesta de trabajo del grupo holandés Droog design, que reutiliza objetos para dotarles, una vez procesados, de una nueva función.

Todavía recuerdo el día que vimos en una revista las imágenes de la biblioteca que Jorge Pardo diseñó para el DIA Art Foundation. Me hubiese gustado ver la instalación, y pasar largas horas allí sentada, leyendo y mirando.

 

26-7-2002

Me pregunto cómo te habrá ido en Lleida y cómo habrá funcionado Iconos en el paisaje. Esta obra que juega con el volumen de la pared e interviene con color en los vanos, esta pieza que necesita de nuestro movimiento para existir. Tu obra tiene relación con lo cinético, en el sentido en que lo expresa Guy Brett, con el aspecto visual de nuestra naturaleza.

Ayer soñé que mi tía me cogía medidas, como cuando era pequeña,  para hacerme un vestido para el próximo verano. De repente aparecieron tus habitaciones dimensionadas en cifras (146×477, 146×329, 330×155, 351×630), diseñadas y  mesuradas en colores. Era tu proyecto para Domésticos. En las antiguas bases de los concursos, las que respondían a las divisiones en disciplinas, se detallaban las medidas máximas de las obras. Y al ver estas paredes, superficies, bañeras y toallas medidas, no he podido dejar de pensar en los viejos concursos. Tus cifras hablan de ese pasado tuyo de pintora, pero también de la escultura expandida. Tus obras, de momento, no tienen más límites que los que te impone el espacio en el que te invitan a exponer.

Esas baldosas del pasillo, que mantienen las dimensiones de las viejas baldosas rojas, pero que tienen brillo y color, inician el recorrido de la reconstrucción de la casa/escuela. Utilizas la memoria geométrica del espacio para reinterpretarlo. Te apropias de las dimensiones y magnitudes del lugar para representarlo y reconstruirlo. El diseño interior entra en escena. Cada vez estás más cerca de lo real.

 

7-9-2002

Muchas veces te he comentado lo difícil que me parece ser artista: tienes que crear e idear al tiempo que negocias con el contexto, con la institución artística, con tu microeconomía… A veces pienso: ¿por qué habrás elegido ser artista? Otras, en cambio, me das envidia. Se trata de una especie de suma de vitalidad y creatividad, y de resta de cuestionamiento y duda.

Hoy he estado mirando el libro de Bruce Mau Life Style y he encontrado una imagen de Robin Collyer, que habla del grado de ocupación de los textos comerciales en nuestro entorno (la puedes encontrar en http://ccca.webfarm.com/ccca/English/artist_work.html?link_id=187&artist=Col&startRec=109). La foto me ha recordado al trabajo que has realizado con las señales de tráfico. En la obra de Collyer la publicidad comercial enmudece, pero le delata el color naranja que el artista imprime a su ausencia; tu obra, en cambio, se suma a este caos de signos propio de la ciudad contemporánea. En el código de circulación no existen el naranja, el amarillo ni el verde como colores, y tú has colocado éstos en las señales de tráfico que has dispuesto en los bordes de la carretera, donde habitualmente suelen estar. Les has alterado el código y como consecuencia has variado su significado. La alteración amplía su ambigüedad, pero contienen un secreto que el viandante desconoce, y que sólo se desvela cuando visitas la sala de exposiciones donde exhibes la “otra” parte del proyecto.

 

Miren Eraso